
El obispo emérito de Matanzas agradece como gracia de Dios haber vivido en Cuba como sacerdote y como obispo
MATANZAS, Cuba.-Al celebrar sus 50 años de vida sacerdotal Mons. Manuel Hilario de Céspedes García Menocal, obispo emérito de Matanzas, concelebró con dos obispos cubanos una Eucaristía de acción de gracias y compartió algunas de las claves de su ministerio estos 50 años: Pasión por predicar el Evangelio, dejar en manos de Dios el rumbo de la propia vida, seguir a Jesucristo también en el desprecio y la persecución.
Durante la Eucaristía concelebrada, el 21 de mayo, él predicó la homilía, y se refirió a los textos que se habían proclamado subrayando que se aplicaban a todo el santo pueblo de Dios, ya que “por el carácter bautismal, cada cristiano está llamado a anunciar el Evangelio, hacerlo como expresión de amor a Jesús” y debe estar “preparado para el desprecio y la persecución” como le sucedió a Jesús y a muchos discípulos a lo largo de la historia.

Con humildad, Mons. de Céspedes pidió perdón a Dios confiándose a su divina misericordia y expresó su dolor por no haber “anunciado con pasión el Evangelio”, no haber “asimilado el golpe del desprecio por ser discípulo de Jesús” y a veces haber “osado pedirle cuentas a Él”.

Sin embargo, su homilía no se centró en los posibles sufrimientos padecidos sino en reconocer y agradecer 50 años en que “el Señor no ha cesado de regalarme su gracia y no ha dejado de estar presente en mis infidelidades y pecados”.
Mons. de Céspedes es tataranieto y único descendiente directo, en Cuba, del Padre de la Patria, el general Carlos Manuel de Céspedes. En su homilía habló de su infancia y de su familia católica. Su madre quedó viuda joven al morir su esposo de tifus en 1946 cuando el futuro obispo no había cumplido 2 años. Era el último de 5 hermanos. Y ahora habló de su madre como “mujer de fe sólida y de fidelidad sin fisura a la Iglesia, mujer humilde, fuerte, valiente, realista, generosa, cubana por los cuatro costados que sacó adelante a sus hijos”.

El obispo agradeció su educación “en mi familia y en el colegio Champagnat de los Hermanos Maristas en la Víbora” donde estudio toda la primaria y la secundaria y en donde había estudiado su hermano Carlos Manuel y su padre, de quien dijo que “siempre tuvo una presencia especial” a través de su madre que solía decirles: “Si tu padre estuviera aquí él diría…”
Reconoció que “fui uno de esos niños que juega a decir Misa”, aunque siempre rechazaba el pensamiento de ser sacerdote a pesar de las ‘señales’ que recibía.
Una de ellas fue hacia 1961 cuando el periódico Revolución se púbico un escrito en primera plana titulado “Curas para qué” en el que se atacaba a la Iglesia, a sacerdotes, obispos y hasta el Nuncio con acusaciones falsas. “Yo adolescente experimenté aquello como dirigido también a mí”.
Durante sus años de estudiante universitario en Puerto Rico sus compañeros católicos le aconsejaban que no se planteara el sacerdocio. Incluso su novia se lo preguntaba y él siempre decía que no.

Pero, como él mismo dijo ahora “Dios ganó” y así se lo confesó al sacerdote que le acompañaba, el P. Nicanor Valdés Álvarez de la Campa.
En 1966 entró en el Seminario de San José en Caracas y le prometieron que regresaría a Cuba cuando fuera posible. Ordenado el 21 de mayo de 1972 fue sacerdote en Petare en el extremo Este de Caracas “Cuánto aprendí allí”, recordó agradecido.
Por la prensa supo que se abría el Consulado cubano. Se presentó para renovar el pasaporte, e inscribirse, pero de regresar, nada. Durante 13 años acudió cada mes al consulado para lograr la autorización que por fin llegó en 1984.
Y ahora expresa agradecido: “ ¡Cuánto bien le debo a la Iglesia venezolana! Me acogió como madre que recibe a un hijo.

Ya en Cuba estuvo en Pinar del Río, con Mons. José Siro González Bacallao y en 2005 fue nombrado obispo de Matanzas. “No me ha faltado la gracia de Dios para ser sacerdote, pastor y cordero inmolado por este pueblo”, comentó durante la homilía. “Vivir en Cuba como presbítero y obispo es un gran regalo que me ha hecho el Señor”.
Reconoce que desde los 17 años cuando salió a países desconocidos “no he dejado de experimentar la mano de Dios que me ha sostenido admirablemente”. Reconoce la presencia de la Virgen en su vida y ahora “a pesar de mis años y mi enfermedad, el Señor me sigue llamando a servir”.
Y por ello le dijo al nuevo obispo de Matanzas lo que aprendió de su madre: ”Aquí estoy, para servir a Dios, a la Patria y a usted. Sé que sirviéndolo a usted sirvo a la Iglesia. Deseo servirla hasta el último aliento. Como hijo de ella deseo morir. Ven Señor Jesús”.
( A.Cantero, con el texto de la homilía y fotos desde Matanzas)